No se me dan bien los discursos y menos cuando hay sangría de por medio, pero hay cosas que aunque se sepan, merece la pena de vez en cuando dejar claras; aunque sea con tinta y no con saliva.
Nunca me sentí muy de ningún lugar. A pesar de haber vivido la mayor parte del tiempo en Madrid y de su buena calidad de vida, me atraen mucho los diferentes países con sus culturas, gentes, creencias, comidas, lenguas y costumbres.
El 18 de septiembre fue uno de los mejores días de mi vida.
Completamente engañado por la historia tapadera aparecí en medio de la sierra rodeado de un curioso grupo a los que llamo amigos.
Al principio fue una sorpresa inmensa, después me invadió la parálisis mientras os miraba uno a uno. Finalmente fui volviendo a la velocidad real de las cosas sumergido en una mezcla de gratitud y alegría.
Al principio fue una sorpresa inmensa, después me invadió la parálisis mientras os miraba uno a uno. Finalmente fui volviendo a la velocidad real de las cosas sumergido en una mezcla de gratitud y alegría.
No puedo evitar sonreír cada vez que lo recuerdo.
Ahora desde lejos se os echa de menos; mucho más de lo que esperaba y me doy cuenta de lo arropado que me tenéis.
Mención especial al que siempre lo organiza todo para que nos veamos y sigamos unidos; para el que casi siempre calla y cuando abre la boca es porque merece la pena; para ese gran sabio que me enseñó el arte de la tortilla de patatas; para ese socio que comparte conversaciones de horas y horas sobre cualquier cosa; para el otro Erasmus, referencia indiscutible en musculación y para la acaparadora de títulos de moto y mar.
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